“Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció, y Jehová lo bendijo”, Jueces 13:24.
Por revelación de Dios, Manoa y su esposa estéril se enteran que ella quedará embarazada, y su hijo será un instrumento de Dios para comenzar a salvar a Israel de la opresión filistea. Vemos también casos como el profeta Jeremías, como Juan el bautista, en fin todos nosotros, porque somos un propósito de Dios “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4), por eso Sansón nació en el tiempo de Dios, en la familia que le correspondía, en la nación donde Dios lo requería. Lamentablemente Sansón descuidó su verdadera fuerza: la consagración (ése era el fundamento de su fuerza). Sansón era nazareo (Jue. 13:5). La palabra nazareo significa: apartado, consagrado, príncipe, corona, eran dedicados a Dios y a su servicio… también implicaba abstención, pues no tomaban vino, ni sidra, no podían comer “cosa inmunda”, es decir los animales no permitidos por la Ley. Sin duda, éste término nos hace reflexionar que tan consagrados estamos a nuestro Dios en un mundo como el de hoy. Recordemos que los planes de Dios son grandes, y él requiere de sus hijos disposición y compromiso.
Te invitamos a leer: EL SACERDOCIO LEVÍTICO.